¿Dónde está el silencio? ¿Dónde se ha marchado que hace tiempo que no lo escucho? ¿Dónde ha dejado la canción más hermosa del Mundo?
Hace tiempo que le doy vueltas a la cabeza y he llegado a la conclusión que al menos, ahora, no está entre nosotros. Posiblemente se haya cansado y haya decidido perderse en un lugar donde realmente sea escuchado. O tal vez esté de visita en un páramo aislado, ¿quién sabe? la realidad es que hace tiempo que no hablo con él.
Estarán de acuerdo conmigo en que la vida nos va proporcionando regalos. Muchos de estos regalos son tan complejos que muy pocas personas tienen la habilidad necesaria para poder sacarlos partido, de exprimirlos, de disfrutarlos, de sentirlos. El silencio es el claro ejemplo de regalo desterrado.
Pocas veces somos capaces de mejorarlo con bellas palabras o grandes promesas, de ocultarlo tras imponentes versos o fuertes sentimientos, de hacerlo pasar a segundo plano tras un deseo o una oración. La ausencia del silencio es la ausencia de una confianza compartida, sin la cual solo se puede estar seguro de una cosa, de no estar muerto. Compartir un segundo en silencio y sentirse a gusto, es una de las cosas más bellas que alguien pueda experimentar. Pero la incomodidad nos hace destruir un silencio que muchas veces se presta a probarnos y que la mayoría de las personas somos tan cobardes como para no poder hacerlo frente.
Lo maravilloso del silencio es que las cosas más sublimes del ser humano se realizan junto a él, en el amparo de su protección, tras su velo de intimidad: una mirada, una sonrisa, una caricia, un beso,….
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